Rogelio Navarro procedía del típico chico de pueblo, travieso pero
formal, protestante pero trabajador, cercano a los vicios de los mayores
pero cumplidor; manteniéndose siempre en el pelotón de cabeza aunque
fuese por los pelos. En los trabajos y en los estudios luchó para poder
seguir compitiendo. En su mocedad aprovechó una oportunidad, se
aferró a ella de buen grado y su espíritu de sacrificio hizo el resto. A sus
treinta años había conseguido subir los dos escalones que en un principio
su limitada ambición marcó como objetivo, siendo el segundo escalón el
hito definitivo de su carrera profesional. Así que una vez llegado a la
humilde cumbre de su conquistada colina, una más del duro y pedregoso
sistema montañoso en que estaba inmerso, solo tenía que relajarse y
disfrutar las mieles de su logro. Pero mejor oigamos al propio Rogelio en
la cima de su colina:
- “He tenido bastante suerte en poder elegir de los primeros mi
destino; capital pequeña o ciudad grande, como a mí me gusta.
Bueno, es lo que quería, distanciarme un poco más de la ejecución,
conseguir la retribución y la comodidad que da un trabajo de
dirección a cualquier edad; en cuanto pase el periodo de adaptación
podré relajarme y disfrutar de mi trabajo”.
El inexcusable día a día absorbía a Rogelio en su grado de
responsabilidad, con el perfeccionismo y el tesón que le caracterizaban.
Pasado un tiempo de lucha continuada, Rogelio comenzó a valorar sus
circunstancias.
- “Tiene ventajas tener casi todo el trabajo en la oficina, el frío, el calor,
la lluvia…., pero echo de menos mis principios como técnico, mi
trabajo en el exterior, las visitas a las casas, la relación con la gente y
la naturaleza, dedicarte a tus propios problemas. Claro que es mejor
no asumir esfuerzos y riesgos físicos, pero añoro las cortas quedadas
con los compañeros, para tomar un vino o simplemente para
comentarnos o ayudarnos en algunos trabajos. Se echa de menos la
calle, como si las ventajas de la oficina y el escalafón no lo
compensasen. Ha cambiado el trato con los compañeros, antes eran
amigos para divertirnos, para trabajar, para la familia, para todo;
J.F. Pinós, 11-4-2021
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ahora es diferente, estamos más distantes, hay menos calor, poca
interacción y menos confianza; claro, que en los cambios hay que
empezar de nuevo”.
- “Pensé que dejar de ser mando en primera línea amortiguaría los
problemas que repercuten del personal directo, pero no es así, la
presión que soporta un ladrillo no es solamente la que ejercen los
ladrillos contiguos, ha de soportar la de toda la pared y la del tejado,
se encuentre donde se encuentre no está más seguro por estar lejos
del suelo”.
- “Me he convertido en un especialista para lidiar con problemas,
nunca tuve tantos, con tantos orígenes, ni los resolví tan rápido;
problemas de arriba, de abajo, de todos lados, de los técnicos, de la
empresa, de los sindicatos, organizativos, de suministro, etc, claro,
que al haber tantos, unos tapan a otros, incluso a los de los Clientes,
que son a los que nos debemos, pero a veces quedan tapados por los
nuestros. Llegas a olvidar la satisfacción personal que representa la
ejecución propia de un servicio, reparación o trabajo directamente
sobre el cliente”.
- “Ahora no me puedo bajar de la colina, porque nadie lo hace y
porque dañaría mis intereses, ¿Quién me iba a perdonar algo así, un
desprecio de prestigio? La verdad es que se vive mejor en la falda de
la colina, más resguardado del frío afectivo y de vientos contrarios, y
mucho mejor aún en el valle, en la calma de la pradera, cerca de la
orilla del río que proporciona la vida para la que estamos hechos”.
Eran momentos de debilidad, que Rogelio Navarro superaba a menudo,
y continuaba de nuevo en su lucha por mejorar a su juicio lo que estaba
mal y lo que estaba bien, labrándose en su andadura una vida cada vez
más infeliz.